Piaf, el tedio y yo.

Quiero llorar, pero no tengo penas.
Quiero llorar, pero tampoco alegrías.
Quiero llorar, pero sin fundamento.

El tedio se convierte en mi aliado, Piaf no le ladra. ¡Qué mal ser! Debería gruñirle apenas lo presienta, pero ella está ocupada durmiendo. No lo siente porque es inmune. Sí que nunca se aburre y cuando lo hace, simplemente va hacia el tapete de la entrada, gime o ladra, llama mi atención y empieza la aventura de correr por las calles olorosas a putrefacción. Abajo no hay más que olor a orina y a residuos de viejas y nuevas basuras. Desechos de la vida perfecta que a cada quien le gusta pintarse de las 8 horas del día.



Ahora me mira como preguntándose a qué nuevo parque la llevaré mañana. Ha roto la alfombra del departamento, ha rasgado con todas sus fuerzas el piso y me ha dicho en acciones que está aburrida, que anhela las montañas, el frío, el olor a estiércol , la chimenea, la piedra que bota agua. La miro a los ojos, los más bellos que Dios, el azar, el destino, la casualidad o quien corresponda haya creado, y le he dicho: “Un perro está donde su dueño está”. Pero ella no es un perro, mucho menos una mascota, por supuesto que no es un animal. Tampoco es Dios. Si lo fuera, estaría encima de ella a toda hora preguntándole desde la razón de la forma redonda del planeta hasta el momento exacto de la historia en el que el dinero se convirtió en prioridad. Suspira, claramente no es Dios. Quien suspira tiene deseos, Dios ya los cumplió todos, según la historia que nos cuentan. Pero no es un perro y yo tampoco soy su dueño, ella es dueña de mis momentos tristes, me los roba y sale corriendo para olvidar todo lo que extraña.

Silencio. La Buenos Aires inmensa quiere tragarme, quiere digerirme en su afán de ambiente bohemio, pero soy terco. No quiero, no puedo, no debo, no tengo.

Hace poco pensé (ya no lo hago porque me duele la cabeza de tanto hacerlo) en la posibilidad de volver a “escribir” teatro (qué presuntuoso soy), he tenido intentos pequeños. Llevo siete años sin hacerlo. La gran mayoría de los intentos terminan en un afán por oprimir continuamente la tecla “Supr” hasta no dejar rastro, cierro el computador y pienso que no hay nada nuevo, en que no soy capaz de innovar, en que todo ya está creado, en que me hace falta el amor para escribir de todo menos de amor. Duermo.

Siempre quise ser dramaturgo, mucho antes de querer ser hijo de mi madre. No me gusta lo que escribo, pero descanso cuando termino; al menos así lo recuerdo. Qué error no haber escrito cuando era completamente adolescente, antes de viciarme de manías ajenas, de juzgarme, de culparme. Hago parte del gran colectivo de la fatalidad consigo mismo. Soy un lugar común más y de los míos está invadido el planeta. Algo habrá de pasar o mejor, algo tendré que hacer para que eso pase.


¿A dónde iba esto? Ah, sí. A la nada. Tan parecido al momento perfecto de la mente, cuando se queda pensando en la nada, la mirada se pierde, los músculos del rostro se relajan, no hay parpadeo, paz y silencio interno hasta que algún estúpido interrumpe: “Juan, te estoy hablando”.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

A una lectora prontamente NO ausente.

Me dio.

De cómo me rescató Marcel. (Versión breve).