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Mostrando las entradas de agosto, 2012

Despedida.

He decidido firmemente tomar un respiro, cerrar los ojos y darle un ultimatum a tanta paciencia. Quiero agotarla, deseo vivir sin ella. Impaciente, viviré los días, los que puedo volver a vivir y los que me hacen falta. Necesito creer, amar es mi necesidad más recurrente. Ya este cuerpo se agota de amar a distancia o, lo que es peor, amar un recuerdo. No tener por quien llorar también es triste. (Suena Buika, su voz rasguñada y flamenca me lleva a la habitación. Hay una cama, tres cajetillas de cigarrillo sin conocer la muerte, una copa de vino a medio beber y una soledad más grande que la casa entera) Me senté en la cama, miré hacia el viejo espejo de mi abuela, vi un reflejo lánguido, pálido, despeinado. Detenido en el ayer. Recordé mis momentos de ilusión. Ya no existen, me creí la mentira del "ya no creer". Mamá, desde pequeño, admiraba mi certera manera de mentir. -Mientes de verdad, Juan Manuel- decía. Es cierto, Madre, miento tan bien que hasta yo mismo me lo