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Miré dos veces este papel y pensé el doble sobre cómo iniciar el escrito. Decidí no pensar, es mejor dejar fluir. La toma de decisiones es bastante complicada, aún a los 27 cuesta. Y sigo aprendiendo a asumir. Hace ya varios días no me sucedía: caminar por la calle e ir imaginando que escribía este desahogo del que nadie es testigo. ¿Cuántas ideas he dejado ir? Supongo que el 90% de ellas era más que magnífico. Hasta me hubieran dado para sobrevivir dignamente. Pienso, hago una puesta en común con Manuel Ayala y llego a la conclusión [llegamos, perdón]: es el momento de cerrar el cíclo (decisión). Dejé de sorprenderme... no es que sea rutina, es que dejé de soñar. Me involucré en el sistema y ya no vuelo como antes, como antaño, como siempre. Duele la vida porque me enamoré de esas sonrisas, duele el bolsillo porque vivo comodamente, pero también duele el alma creativa porque ya no vive; quedó sosteniéndose en el tiempo. Quizá esta decisión cueste más de mil extras, pero estoy dispuest