Despedida.
He decidido firmemente tomar un respiro, cerrar los ojos y darle un ultimatum a tanta paciencia. Quiero agotarla, deseo vivir sin ella.
Impaciente, viviré los días, los que puedo volver a vivir y los que me hacen falta.
Necesito creer, amar es mi necesidad más recurrente. Ya este cuerpo se agota de amar a distancia o, lo que es peor, amar un recuerdo. No tener por quien llorar también es triste.
(Suena Buika, su voz rasguñada y flamenca me lleva a la habitación. Hay una cama, tres cajetillas de cigarrillo sin conocer la muerte, una copa de vino a medio beber y una soledad más grande que la casa entera)
Me senté en la cama, miré hacia el viejo espejo de mi abuela, vi un reflejo lánguido, pálido, despeinado. Detenido en el ayer. Recordé mis momentos de ilusión. Ya no existen, me creí la mentira del "ya no creer".
Mamá, desde pequeño, admiraba mi certera manera de mentir. -Mientes de verdad, Juan Manuel- decía. Es cierto, Madre, miento tan bien que hasta yo mismo me lo creo de verad, como si todo hubiera pasado.
El impulso que se aleja de toda intención tenue y se acerca a lo agresivo me obliga a escribir palabras inconexas. (Pausa). ¿Cómo será cuando yo me perdone? ¿Cómo me reconoceré entre nuevos cuerpos, entre nuevas risas? Su recuerdo se ha apropiado de mí, pero es hora de soltarme. Quiero volver a la simpleza de mis ademanes, de mis gustos, de mis pasiones, donde usted no estará, no porque no quiera invitarle, simplemente porque a este nuevo estado que se aproxima sin miedos no hay cabida para su cuerpo.
Adiós. No vuelva o si quiere hágalo, de todas maneras ya no estaré aquí para usted.
Impaciente, viviré los días, los que puedo volver a vivir y los que me hacen falta.
Necesito creer, amar es mi necesidad más recurrente. Ya este cuerpo se agota de amar a distancia o, lo que es peor, amar un recuerdo. No tener por quien llorar también es triste.
(Suena Buika, su voz rasguñada y flamenca me lleva a la habitación. Hay una cama, tres cajetillas de cigarrillo sin conocer la muerte, una copa de vino a medio beber y una soledad más grande que la casa entera)
Me senté en la cama, miré hacia el viejo espejo de mi abuela, vi un reflejo lánguido, pálido, despeinado. Detenido en el ayer. Recordé mis momentos de ilusión. Ya no existen, me creí la mentira del "ya no creer".
Mamá, desde pequeño, admiraba mi certera manera de mentir. -Mientes de verdad, Juan Manuel- decía. Es cierto, Madre, miento tan bien que hasta yo mismo me lo creo de verad, como si todo hubiera pasado.
El impulso que se aleja de toda intención tenue y se acerca a lo agresivo me obliga a escribir palabras inconexas. (Pausa). ¿Cómo será cuando yo me perdone? ¿Cómo me reconoceré entre nuevos cuerpos, entre nuevas risas? Su recuerdo se ha apropiado de mí, pero es hora de soltarme. Quiero volver a la simpleza de mis ademanes, de mis gustos, de mis pasiones, donde usted no estará, no porque no quiera invitarle, simplemente porque a este nuevo estado que se aproxima sin miedos no hay cabida para su cuerpo.
Adiós. No vuelva o si quiere hágalo, de todas maneras ya no estaré aquí para usted.
Comentarios