Menarquia del viajero.



“Todo es siempre la misma vaina, los desayunos se repiten cada mañana. En mi historia giran cuatro ruedas, para mí se abren las puertas”.

El tiempo pasa volando, aunque como a Dios, nunca lo vemos.

Se hace necesario recordar lo que una vez empezó por ser un estímulo, una decisión, una motivación y que, con el pasar del mismo Dios tiempo, se olvida. En conversaciones sobre mi futuro, tuve un freno de tanto plan: ¿POR QUÉ ME VOY?
Me voy. Estoy cansado de ser yo mismo en el mismo lugar. Le huyo a la rutina como desde hace treinta y tres año lo hago. Porque no quiero envejecer en mi zona de confort, porque estoy muerto creativamente, porque mi cuerpo clama por nuevos retos. Cansado está el cerebro de analizar las mismas situaciones, de pensar en las mismas personas. Si no lo hago ya, no lo haré nunca.
Es momento de ser egoísta y dejar atrás tanto cariño reflejado en miles de personas, en mi madre a quien le debo mi estadía en este lugar, pero me voy. No hay marcha atrás. Ya hice todo lo que desde niño pretendía de mí.

Tengo mi mente llena de los imaginarios que podrán suceder el día en que digamos: “Adiós”. Las caras tristes de mis sobrinos. La melancolía de mi hermana (con quien fuimos capaces de decirnos “te quiero” ya grandes y alejados de tanta vergüenza adolescente). El abrazo rotundo de mi amiga entrañable y extrañable. El silencio incómodo que nacerá el día o la noche en que te diga a ti, compañía amorosa: “gracias por aparecer justo en este momento y dejarme ir. Te quiero”. Las ganas de no querer soltar a mi madre y las ansias de devolverme sólo a tocar su mano. No soy el mejor representante de la hombría y me derramaré en llanto. Me conozco, sé cómo soy y por eso ya no quiero ser.

Estoy a punto de empezar otra espera, otra vuelta de sol. Necesito limpiarme de tanta mano ajena.
He escogido una ruta, me voy al sur, voy a bailar, a cantar, a actuar con el único propósito de viajar al norte y frente a unos ojos experimentados y extraños bailar, cantar y actuar. De ahí en adelante mi ruta se desdibuja, porque el azar será quien decida.

De mi mano, se irá la que ha sido mi mayor responsabilidad y mi ser vivo favorito y si estoy con ella, estaré más cerca de la tierra. Por aquello de pasármela en las nubes.
He vendido todo, hasta el cariño que pude haber tenido en este país y aunque tardé años en tomar una nueva vida, no me arrepiento. Lo hice porque estaba aprendiendo.
Adiós, ya no pertenezco a este lugar, dejé de hacerlo hace mucho tiempo. Ya no soy de aquí o no de la manera en que quiero. Iré a cambiarme por otro, uno menos inocente, menos febril, pero más constante.

Con el alma en busca de otra muerte, adiós.

Tranquilos recuerdos, “la partida es la llegada”.

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