Llamado a grito herido, Madre.
¿En qué momento empecé a cargar con la culpa de desear
querer?
¿En realidad soy yo o simplemente obedezco al capricho de
mis impulsos?
No recuerdo haber querido tanto estar sobre otro cuerpo más
que ahora. Cuando era niño no me imaginaba la dependencia que el sentir iba
crear en este cuerpo lánguido. Me he equivocado tantas veces que estoy
empezando a enamorarme de los errores, por estar esperando el acierto.
¿Qué hay en mí, madre, que no me deja respirar en paz sin
estar compartiendo lo que siento? En las noches de soledad mi peor enemigo son
mis emociones. Es de noche, madre, cuando vienen a casa y se siente vacía,
invaden cada rincón, cada esquina de mi cama, es este maldito anhelo de besar y
ser besado.
Quiero cambiar de cuerpo por uno que no viva cada vez que
muere de amor. No muero de amor, tengo la paz de la soledad y es ahí cuando me
siento muerto. Muerto en la muerte. Mis recuerdos se ríen de mi ahora
quinceañero pensar. Mátame, madre, dispara con una de esas sabias palabras. Devuélveme,
madre, a mi estado natural. Hazme seco, insensible, muerte, roca, pájaro. Hazme
otro.
Tengo que salir de mí, un ser de puertas abiertas donde
nadie entra. 
Comentarios