To be in love with a Masterpiece.


ESCENA EN CLAVE DE RECUERDO

Una vieja plancha es acariciada por las manos de una mujer que producen más calor que la misma corriente. Ella, la mujer, acaricia con firmeza algunos ropajes, alista el siguiente cúmulo de ropa, debe ser planchado de la manera más correcta.
La mujer acaricia el piso, cuando decide dirigir su mirada a su nieto, un niño con pantalones cortos. Él escribe números en su cuaderno de notas. Saca de su maleta cualquier cantidad de aparatos, los cuenta y organiza de mayor a menor precio.

Niño: Buenas noches señora, ¿Qué me cuenta de su familia?
Abuela: Todos muy bien, los niños creciendo. Las flores, porque también hacen parte de mi hogar, están muy bien. ¿Qué tal la suya?
Niño: Problemas que no faltan. Mire, aquí traje mi trabajo para ver si me lo compra.
Abuela: Ahora no tengo plata. Vuelva mañana.
(Fin del juego)
Niño: Abuelita, quiero leche.
Abuela: Sólo si hay un beso para la abuelita.

No tengo otra manía para liberar tanto dolor más que estas letras. Sírvase señora Beatriz de ser mi ser humano favorito. Sírvase por favor de mis agradecimientos por tantas sonrisas que me enseñó a hacer. Sírvase, dama de cabellos blancos, de mis alegrías y orgullos. Sírvase de mi cariño, admiración y aprendizaje. Sírvase de mí.  ¿Recuerda usted cuando, en mi niñez, jugábamos al señor comerciante y, mientras usted planchaba la ropa, era la señora amable y juguetona? Para mí es imposible olvidarlo. Y cómo hacerlo, si todo lo lúdico que tengo me viene de usted. Hasta mi manera de peinar.
Tengo la garganta hecha nudos, enjambres. Sonreírle mientras mira al horizonte diciendo “Me voy a ir, Juanchito” es la actuación más difícil que he tenido en mi corta experiencia. Me pone usted en la peor de las tareas: Darle felicidad para que anule el dolor que siente, pero que no exterioriza. Querer hacerla feliz no es un deseo, es mi necesidad. Así como la necesidad que tengo por hacer de la vida un lugar sin costumbres ni rutinas, de sorpresas y espectáculos.
Es usted una guerrera, eso todos los sabemos. Para nadie es un secreto que el pilar de más de una vida es usted. No quisiera ser egoísta y pedirle que no me deje, que me permita aprovecharla más tiempo, aprender de usted como lo hago cada vez que la oigo respirar y no respirar.
De usted aprendí a bailar, a hablar, a reír, a sumar, a amarrarme los zapatos, pero quizá usted no sepa que su mayor  logro en mi vida fue enseñarme a ser valiente. Perdóneme, la cobardía me ataca de sólo pensarla lejos de mí, en el cielo o donde usted quiera ir. ¿Dónde quiere ir? Lléveme. Todavía  no le he dado los besos suficientes. Aún no me ha enseñado a ser cobarde.
Merece usted irse a descansar al Louvre. El mundo es merecedor de ver tan maravillosa obra de arte hecha mujer.
¿Por qué nunca me dijo que usted también tenía fecha final? Me mintió y me dijo desde pequeño que era inmortal, que venía de Marte y que me vería crecer. Aún me faltan muchos kilómetros de altura.

¿Sabía usted que me ha regalado la mujer más bella como madre? Esa misma  que está orgullosa de usted como yo de ella y de usted.

Cuando se vaya, porque sé que lo hará y es aquí donde la objetividad y la razón entran a la conciencia, recuerde que soy tan solo uno de tantos seres que darían la vida por usted. Déjeme una huella más grande que la vida misma que ya me ha dado, déjeme un beso, un abrazo y la certeza de que estará bien. Espere. No me deje nada, lléveselo todo, nada me hará falta porque todo ya lo tuve a su lado.

Me duele, Señora, me duele en todo el cuerpo. Y le pido mil disculpas por mi acto egoísta de llorar. Disculpe usted mi única manera de hacerle saber que la lloro en silencio y en el sólido calor de mi casa, mientras usted duerme y me hace caso: “A descansar, Abuelita, que mañana vamos a ser todavía más felices”.

Se me va la vida en lágrimas y los ojos ya no los puedo ocultar con gafas oscuras. Se me va el alma cada vez que no la siento. Es el momento de saber si sí me enseñó bien a ser valiente, es mi única opción.

Abuelita, ya no quiero leche, me sienta mal, pero peor me sienta su partida.

Comentarios

Anónimo dijo…
Y en las palabras seguirá... porque más que biológicos somos culturales.
Armando dijo…
....Me ha hecho llorar su relato. Me ha hecho recordar el mío, aunque borroso. De mí abuelita sólo recuerdo que yo la llevaba del baño a la cama y me portaba como un hombre adulto a mis cuatro años. El día de su entiero, yo recuerdo que bailé y me mojé bajo la lluvia toda la tarde mientas mis padres estaban en el cementerio.Yo no sabía que no la iba a volver a ver. Tal vez fue mi homenaje para ella. Mi madre dice que con mi abuela yo tenía conversaciones de viejo; creo que se me quedó la manía...

Gracias por este relato, por hacerme evocar y llorar como un acto de liberación. Ante mi incapacidad de escribir con tanta precisión imágenes que tengo trabadas en el recuerdo.

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