Ceremonial
Tenga paciencia, busque debajo de las cobijas y en lo más recóndito
estará mi cuerpo. Permítame pecar como el más letrado y déjeme asegurar mi mano
contra su pecho, haga caso omiso de la sensación de mi lengua en cada una de
sus partes.
Sin embargo, vuelva a su tamaño natural y no sienta compromiso alguno.
Esto ya lo he intentado antes, no es usted protagonista de mis deseos, pero
bien puede ser la inspiración barata y momentánea de nuevas formas de sentirlos.
Me arrepiento de todo lo que he dejado de hacer, de haber cargado “el
caballo de cien patas” hasta el final de sus días. Es este desastre que grita y
se revuelca por no haber parado el mundo antes. Esta noche desconectaré todo lo
que no me recuerda a mi ser amante y me permitiré vivir la sorpresa de unas
nuevas manos.
Esto es sólo un aborto de los tragos y sus injurias, tengámoslo claro.
Pero sin miedo a fallar pensemos “¿Acaso la casualidad no puede ser audaz?”. Yo
estoy en su noche para revivir sus más oscuras pasiones, déjese llevar por mi
cuarto, conozca centímetro a centímetro las colchas, las sábanas, el calor de
las almohadas.
Me maldigo por haberlo hecho, me condeno por no haber frenado las ansias.
Pero entenderá usted que frente a su figura esbelta y larga no me quedaba otra
salida que rasguñar hasta la última de sus sonrisas.
Toda esta vida he sido tan estúpido como sólo yo he podido ser. Lo aseguro.
Lo sé. He visto otros estúpidos y no les bastan las agallas para aceptarlo, tal
y como lo hago yo.
No le pido un comienzo, vámonos al desenlace de una vez por todas,
ahorrémonos los conflictos y resolvamos de la manera más asesina el deseo
nacido y no reproducido, aún. No tema, si muerdo, muerdo duro. Tema si muerdo y
no dejo cicatriz alguna porque se trataría de mordidas poco fatales, de esas
que pasan desapercibidas y yo, querida figura esbelta, no estoy acostumbrado a
eso.
Caigamos pues en el lugar común de la noche y abriguémonos con piel
ajena, aullemos hasta que la luna tema. Yuxtapongamos frases inconexas y
pequemos por pretender ser poetas. Sangremos hasta la última gota y
arrinconémonos en el pasillo desolado. Ese que sólo usted y yo recorrimos más
rápido que cualquiera.
Permitámonos usar la piel como la más abreviada manera de creatividad.
Finalmente, si fallamos, habremos desafiado el curso natural y la estructura
lírica de cualquier composición: Empezar por el final.
No se esfuerce en entender estas letras que, antes de ser una
declaración, son una invitación a pecar. No me interesa si confundo su mente. Con
que yo me entienda basta.
¿Ha notado usted el egoísmo que estoy dispuesto a superar con tan solo
contar con su presencia en mis noches? Ahora, no se preocupe, ocúpese de mí.
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