El Triunfo de la Esperanza Sobre la Experiencia
Aún no tengo idea de cómo empezar este escrito. Camino a casa sentí la necesidad de exorcizar esto que siento en el pecho, en el cuerpo entero, si bien no es un dolor, sí tengo claro que es una sorpresa que inunda cualquier asombro.
Tomé la decisión de ser docente hace años, quizá la idea me atravesaba el pensamiento mucho antes de elaborar test sobre mi futuro profesional. De pronto, se me asomaba la idea de aprender “a costas de otro”. Poco a poco la idea fue madurando, seguramente aún no está al punto exacto, pero sí ha tomado otro significado: Permitir la transformación de una vida o de dos (la de quien está a mi cargo y, por supuesto, la mía). Siempre he pensado en que ser maestro implica un alto nivel de escucha, un poder inhumano para observar y una intuición magna para saber cómo guiar un proceso. Para mí la docencia artística se revela ante nuestro ojos como la única vía para trabajar desde, con, por y para el ser humano. No deniego de las virtudes de las demás áreas de conocimiento, a las cuales les atribuyo un alto poder y necesidad en la formación (cultura general, dice el erudito), pero sí es de mi interés subrayar las prácticas artísticas como forma básica y necesaria para APRENDERSE A RE-CONOCERSE. 
No soy un maestro con alta experiencia ni pretendo adjudicarme el honorífico título de Maestro del Siglo, tan solo gozo de un poco más de una docena de años de trayectoria. Sé muy bien que cometo errores, me ciego ante nuevos descubrimientos, me permito la existencia de la inercia corporal de vez en cuando y hago promesas que no cumplo. Finalmente ser profesor no me hace inmune a mi condición de ser humano y como todo ser humano me desnudo, me enamoro y voy al baño.
Para nadie es un secreto que mi trabajo tiene como base el respeto. No en un sentido acérrimo de poder ni de aprovecharme del lugar en que cualquier institución me pone. Hablo desde el respeto y la tolerancia (término mal interpretado en la actualidad, no nos enseñaron qué significaba) por el otro, el desarrollo de un “tacto” especial para dirigirse a quien escucha y el agradecimiento por el tiempo invertido, todo lo anterior en doble vía.
Al dirigirnos a cualquier persona olvidamos que el cuerpo habla por sí solo y que las palabras resultan siendo innecesarias si permitimos que el lenguaje corporal se apropie de manera correcta en el momento de la conversación. En resumen, no se trata de lo que decimos sino cómo lo decimos, sumando a esto la idea de: “El problema no existe en que yo no le entienda sino en que usted se haga entender”. La subestimación es otra de las caras largas que se nos presenta como constante, siempre pensamos que es el otro quien no nos entiende. Nos equivocamos, somos nosotros quienes no hemos aprendido a hacernos entender.
Al dirigirnos a cualquier persona olvidamos que el cuerpo habla por sí solo y que las palabras resultan siendo innecesarias si permitimos que el lenguaje corporal se apropie de manera correcta en el momento de la conversación. En resumen, no se trata de lo que decimos sino cómo lo decimos, sumando a esto la idea de: “El problema no existe en que yo no le entienda sino en que usted se haga entender”. La subestimación es otra de las caras largas que se nos presenta como constante, siempre pensamos que es el otro quien no nos entiende. Nos equivocamos, somos nosotros quienes no hemos aprendido a hacernos entender.
Si a mis dieciocho años hubiera sabido lo que ahora no desconozco en totalidad seguramente hubiera guiado de mejor manera mis decisiones, pero todo tiene su tiempo, nada es gratuito y mi saber es la construcción de un sinfín de errores e ignorancias que se han aglomerado como base de esta pirámide estropeada la cual lleva por nombre Juan Tarquino.
Para nadie es un secreto que los tiempos cambian y aunque suene como anciano conforme siento que es la verdad. Entre más años pasen más debemos aprender a entender a quienes nosotros mismos creamos y quienes heredaron nuestros haberes y faltas (Actualización Docente). Me refiero a la adolescencia. Sí, el objetivo de ese momento de la vida, puedo decir, que se trata de errar, edificar un camino desde la voluntad, la terquedad y la obstinación. Y no está mal. Perderíamos el tiempo si de esta etapa no aprendemos al menos qué es lo que NO debemos hacer.
Cuán ciegos estamos en la mayoría de edad legal colombiana, reitero: no está mal, está maravilloso. Dejarnos llevar por un conjunto de palabras sin ordenar, una temática un tanto absurda, pero de interés común entre nuestros pares, de sueños momentáneos y hasta pretender ofender a cualquier persona usando la frase “tú tienes treinta y pucho”. Ahora, que abro en mi memoria el álbum de mi vida, puedo decir que, para mí, no es una ofensa ¡es un halago! Porque me doy cuenta de cuánto he crecido, de cuánto me falta y de cuántas prácticas pedagógicas me quedan por experimentar, pero sobre todo advierto esa culpa que se me siembra por no haber podido remover o rebelar (incitar) la transformación en el pensamiento de un adolescente para quien estar en un ciclo de mis clases significó perder el tiempo. ¿No hice lo suficiente? ¿En qué fallé? ¿No me hice entender?
Nunca ha sido de mi interés lograr que mis estudiantes piensen lo que yo pienso, ni que actúen como yo quiero, no seré jamás un modelo a seguir ni mucho menos un dictador que obliga a que se sigan sus instrucciones al pie de la letra. Esa no es mi labor. Tengo muy claro que lo único que me interesa es que quien “pasa por mis manos” termine su proceso con un poco de re-conocimiento propio, del lugar, del otro como actor liberador de expresiones. No me interesa, de ninguna manera, formar actores o bailarines, no es una decisión mía. Quizá en estoy también estoy equivocado.
Sí, las generaciones cambian, y nosotros con ellas, resulta insulso pretender quedarse  en los dieciocho años toda la vida. Eso no es secreto para ningún ser, pero es a nosotros, como formadores o deformadores de seres humanos obligarlos a desaprender y movilizar el interés por consultar, desarrollar dudas y prepararles para la batalla o simplemente ser seres humanos.
Qué maravilloso y qué enseñanza tuve hoy, dejé ir a un adolescente convencido de sus insultos hacia mí y hacia mi labor. Pero entendí que ya no tengo cabida en su formación, su tarea ahora es aprender a vivir o aprender a estrellarse. Y si bien aún no es dueño de sus decisiones, su opción de ahora es adueñarse de sus desaciertos. Ojalá, si se estrella, sea capaz de sacudirse, seguir adelante y no morir en el intento.
Si estas letras llegan a usted espero tenga la amabilidad de aprender de mí, al menos, cómo usar la ortografía o quizá a sus treinta y un años entienda lo que hace tiempo un maestro me dijo: “En el arte, papito, nadie es indispensable”
Comentarios
Por todo lo demás, no tengo palabras, pues mi actual corazón me incapacita de alguna razón.