Rezagos de un algo no elocuente.
No quiero escribir, dice el corazón.
Y esta alma mía no cree en la frivolidad, que cada vez se comporta repulsiva con mi recibimiento.
Ya mi mente se cansa de disfrazarse en impresionismos.
Mis manos se quejan abiertamente de ya no escribir para ojos alternos.
No hay.
Ódiame yo mismo, ódiame como sólo yo mismo puedo hacerlo.
Y clamo al cielo perdón, pero las nubes no responden.
Hoy no llovió. El cielo lloró a la par de mis ojos.
Sin encontrar razón alguna sólo puedo tratar de hilar palabras y componer una musiquita.
He vuelto a la tienda, pedí cigarrillos. La mujer que vende me ha mirado sorprendida como si supiera que algo pasa. ¿Tanto se me notará esta ausencia que entre vaivenes me despoja de mí mismo?
No te quiero matar SUEÑO, matarte más veces de las que ya lo he hecho sin contar que tienes más vidas que un gato.
Y aunque libre soy de cualquier sentimiento lo que duele es no ser prisionero. La soledad invade mi cama, ya ni me acobija. No tengo el valor para preguntarle por qué ya no me acompaña, pero tampoco tengo el carácter para sacarla a patadas de casa.
Entre el patetismo de mis palabras me examino.
Hay un pulmón dispuesto a sacudir esta tierra.
El otro sólo quiere oscilar.
Lo más doloroso de la guerra contra el amor es no tener a quien perder.
Estoy yo en mi bando, dando la pelea al vacío.
Del otro lado… del otro lado está la nada. Y la nada de nada me vale.
¿Qué resulta más difícil, madre, sufrir por un corazón ajeno o sufrir por no tenerlo?
¿Puedes decirme quién soy?
¿Acierto en la hora de llegada?
¿Puedo preguntarte si alguna vez entrarás a mi vida y te veré respirar, pero nunca verte partir?
¿Puedo preguntarte si es este otro ataque de las tres décadas que lleva mi cuerpo sudando?
Responde. Que la impaciencia siempre ha sido mi tercer apellido.
El aire es cristal y estalla. Aunque parezca extraño, amor imaginario que no has llegado y sabe Dios si lo harás, te quiero devorar.
No estás aquí y yo desapareciendo vivo.
Comentarios